Recomendaciones

-No es lo que tu deseas -decía el anciano, sin dejar de mirar el cuenco con comida-, en tu interior sabes la verdad de las cosas. Sabes que todo fue una injusticia. Sabes que hacen falta pasos que son necesarios, ya sea para continuar o dar un punto final. Sabes que eres fuerte, incluso en tu debilidad. Sabes que lo que te dicen tus amistades es necesario y es su forma de ayudarte a superar algo que ellos saben te duele. Y aún así nada de lo que digan aminorará lo que sientes. Buscas consuelo en sus palabras pero, como te dije, no es lo que deseas. No necesitas sus palabras. No necesitas su apoyo. No necesitas nada de lo que otros puedan darte. Te necesitas a ti mismo y no eres capaz de hallarte. Y buscarás y buscarás y aún así no encontrarás en ti algo que pueda aliviar el vacío que sientes.

El muchacho, que hasta ese momento le escuchaba tranquilamente, lo miró a los ojos con expresión dolida. El anciano continuó.

-Tu mirada me dice que di en el clavo. Pero también logro advertir en ella una fuerza increible. Una que te hará levantarte nuevamente, como muchas veces antes; una que te hará plantar los pies más firmemente en tierra y llevarte hacía adelante; una que sorprenderá a todos quienes te rodean y que los hará sentir orgullosos de quien tienen de amigo. Mas no será sencillo.

El joven giró el rostro, mientras una ligera marca húmeda recorría el camino de su mirar hasta el suelo. El anciano guardó silencio, esperando las palabras de aquel muchacho, y en esa pausa, se lograba apreciar el respeto que le tenía a quien fuera menor que él. Tras algunos minutos, aquella mirada dolida se endureció en un semblante maduro, que mostraba que el dolor sufrido había valido la pena.

-Gracias.

No dijo nada más.
Realizó una ligera inclinación de cabeza hacia el anciano, quien sonrió. Supo que el joven, había entendido sus palabras.