Dicotomía

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Caminaba lentamente por la vereda, inmerso en sus pensamientos. Evaluando que pasos seguir y que opciones tomar. Pero nada de lo que pensaba tenía algo de utilidad.

En el fondo, lo único que quería, era tomar sus cosas y distanciarse del mundo. Al mismo tiempo que sentía que no podía, que no debía alejarse.

Ese era justamente el problema.

Él.

Había nacido sintiendo que gran parte de su vida consistía en cuidar de otros, de enseñarles la forma de crecer. Y mientras creció, se dio cuenta de que detestaba a los mismos a quienes deseaba ayudar. Gran parte del tiempo, vencía el lado que adoraba cuidar. Pero no podía vivir eternamente en ese estado y, más tarde o temprano, volvía a aislarse del mundo.

El lo llamaba "mis ciclos".

El resto lo catalogaba de antisocial. Y quizás en parte tuvieran razón. Pero nadie se daba el tiempo de escuchar lo que el tenía para decir. Simplemente escuchaban cuando eran ellos las víctimas. Por lo demás, no les interesaba su alrededor. Y, en parte, fueron tan culpables como él mismo. Ellos, por no ser capaces de destinar un mínimo de tiempo en escuchar a quien decían querer. Él, por dedicarle energía en exceso, a quienes no la merecían.

Cuando llegó el día en que desapareció, una vez más, nadie le extraño. "Es su actuar típico", se dijeron. "Dale un tiempo y volverá", mencionaron otros. Pero el tiempo pasaba y pasaba y nada se sabía de él. Fueron hasta su departamento, y lo encontraron vacío. Llamaron a su móvil en innumerables ocasiones, pero solo se escuchaba la voz de una grabadora diciendo que el número se encontraba fuera del área de servicio.

Fue como si la tierra se lo hubiera tragado de un día para otro.

Muchos dijeron lamentar lo ocurrido, pero se olvidaron del tema rápidamente. Otros tantos lloraron y se culparon a si mismos por no haberle escuchado. Se culpaban como si la vida se les fuera en ello, como si de esa forma pudieran compensar todo lo que había ocurrido. Pero en el fondo, nadie sabía que pasó. A los 5 meses, le dieron por muerto y se acostumbraron a no verle más, olvidándolo de su memoria casi tan rápido como llegó. O incluso a mayor velocidad.

Habían pasado casi dos años, cuando una de aquellas amistades, pareció ver una silueta familiar, pero enseguida hizo caso omiso. Los muertos nunca se han levantado. Más allá de aquello, nadie lo volvió a ver.

Pero sobre él, intentó en muchas ocasiones decirle a quienes pensaba eran sus amigos, que haría un viaje para encontrarse a si mismo. Nadie le escuchó. Cuando volvió a la ciudad y se dio cuenta de que a penas se habían acordado de él, decidió hacer lo que en un principio había decido.

Aquel día, se fue.

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