Ciclos

Dos años. Unos días más.

Dicen que lo que fácil llega, fácil se va.
Siento que fueron los dos años más cortos de mi vida. Con altos y bajos. Un periodo extraño. En que conocí todo lo que nunca pensé que llegaría. Sonará tonto. Pero solo por esos años, siento que todo lo vivido ha valido la pena.

Pero todo tiene su final. Incluso lo bueno.

Desconozco si el día de mañana, aquellos caminos que se separan hoy, vuelvan a unirse. En mi fuero interno, desearía que si. Si pudiera volver el tiempo atrás y cambiar algunas cosas, quizás lo haría. Si. Otra regla destruida. He perdido la cuenta de cuantas han sido.

Pero tampoco puedo decir que soy el culpable. Cuando en realidad la culpa es de a dos. Quería algo eterno, y en parte, conseguí lo que quería. Al menos mientras el Alzheimer no haga escala en mi memoria.

Será el recuerdo de mis años más vívidos, de mi mejor época. Aquella donde la única estrella que alumbrará esa imagen, serás tú.

Hasta siempre, o hasta que el destino decida cruzar los caminos, una vez más.

Ideales

Extraída de http://www.everything-beautiful.com/happiness-quotes/
-¿Por qué te amarras tanto a sueños imposibles? Deberías aterrizar, dejar esos ensueños a un lado; madurar.

-Me lo han dicho muchas veces. Y en parte tienen razón. Debería madurar. Pero se equivocan en la forma de hacerlo. No necesito abandonar mis sueños, sino simplemente llevarlos a cabo. No quiero convertirme en lo mismo que todos los demás: faltos de esperanzas, deseos y ensoñaciones. Quiero creer que incluso aunque las cosas estén totalmente en mi contra, aún así puede todo salir bien. Que por mucho que me encuentre con gente que no valga la pena, siempre habrá alguien que si merezca ser hallado. Que incluso los sueños más fantasiosos, pueden llegar a convertirse en realidad.
»Por que algo que le falta a todos aquellos que 'maduraron', es pensar que las cosas pueden hacerse realidad. Madurar no es abandonar a su suerte a tu niño interior, si no saber que con el mero deseo, las cosas no ocurrirán. Si todos pensaran y actuaran acorde a esas ideas, hace mucho que el mundo sería un lugar grato para vivir

El hombre lo miró unos momentos y, acto seguido, movió la cabeza murmurando por lo bajo, mientras se alejaba. El joven esbozó una sonrisa de pesar, que se transformó tímidamente en una de esperanzas. Frente a él, un caballero le ayudaba a pregonar sus ideas; un caballero que le había hecho la misma pregunta el día anterior. "Uno más, y habré cumplido mi meta", pensó para si mismo. Porque si solo era uno el que creía en él, simplemente era la misma cantidad de la que había en un principio, pero con dos, podría expandir infinitamente sus ideas.

Levántate!

Un poco de inspiración, un poco de Mogwai a la vena, y... voilà!!!


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No te encierres nunca a las posibilidades que te ofrece la vida. Puede que no lo veas como el camino que quieres seguir para tu futuro; puede que resulte ser mucho más largo o tedioso que otros. O incluso ser más sencillo. Pero no olvides que la clave está en avanzar. La vida siempre nos traerá dificultades y está en nosotros el como enfrentarlas. Pero también está en nosotros, el recordar que no estamos solos ante el mundo.

Estar dispuesto incluso a sacrificarlo todo por una única opción, a veces puede parecer lo más lógico, pero no siempre es lo mejor. Muchos problemas y malos entendidos surgen en base a la creencia de que podemos eliminar nuestro lado humano. Y se equivocan. Incluso así, todos llegamos al punto en que se nos hace necesario ese contacto; esa "vuelta a lo básico", que significa el sentirse querido, respetado e importante para alguien (ya sea familia, amigos o pareja...).

Frústrate si lo necesitas. Enójate si hace falta. Enciérrate en ti mismo si te es menester, pero no te quedes ahí. No puedes hacer tu vida estando así. Disfruta!. La vida es una sola, y no vale la pena perder el tiempo en malos ratos.

Y si te desvías del camino original, ¿qué importa? Nadie dijo que para llegar a Roma solo había una forma de hacerlo. No porque estés en un camino que no buscabas o deseabas, significa que estas retrocediendo. Si te han enseñado que solo hay una única forma de hacer las cosas, lo lamento por quienes te enseñaron aquello. Porque de seguro, ellos nunca han sido felices y ven con recelo y envidia a quienes tienen las herramientas para llegar a donde ellos no pudieron.

¡Equivócate! ¡No le tengas miedo! ¿Quién te dijo que tienes que hacerlo todo bien desde un principio? Llegamos a la vida a aprender a vivir, no ha ser perfectos en ella. Llegamos para caernos una y otra vez, pero a aprender de todas esas caídas. No a mantenernos estúpida y empecinadamente en una única realidad.

Tienes el poder en tus manos de hacer tu futuro, de hacer tu vida, de construir en ella lo que entiendas por "felicidad", pero no lo lograrás si no eres capaz de superar tus errores, tus fallas y tus frustraciones. Y si no lo aprendiste antes, abre tu mente y apréndelo y aprehendelo ahora! Nunca es tarde para mejorar.

Y por favor, una vez más, nunca olvides que existe más de un camino para construir tus sueños...

Dicotomía

http://www.ideasevolved.com/my-dreams-and-i/
Caminaba lentamente por la vereda, inmerso en sus pensamientos. Evaluando que pasos seguir y que opciones tomar. Pero nada de lo que pensaba tenía algo de utilidad.

En el fondo, lo único que quería, era tomar sus cosas y distanciarse del mundo. Al mismo tiempo que sentía que no podía, que no debía alejarse.

Ese era justamente el problema.

Él.

Había nacido sintiendo que gran parte de su vida consistía en cuidar de otros, de enseñarles la forma de crecer. Y mientras creció, se dio cuenta de que detestaba a los mismos a quienes deseaba ayudar. Gran parte del tiempo, vencía el lado que adoraba cuidar. Pero no podía vivir eternamente en ese estado y, más tarde o temprano, volvía a aislarse del mundo.

El lo llamaba "mis ciclos".

El resto lo catalogaba de antisocial. Y quizás en parte tuvieran razón. Pero nadie se daba el tiempo de escuchar lo que el tenía para decir. Simplemente escuchaban cuando eran ellos las víctimas. Por lo demás, no les interesaba su alrededor. Y, en parte, fueron tan culpables como él mismo. Ellos, por no ser capaces de destinar un mínimo de tiempo en escuchar a quien decían querer. Él, por dedicarle energía en exceso, a quienes no la merecían.

Cuando llegó el día en que desapareció, una vez más, nadie le extraño. "Es su actuar típico", se dijeron. "Dale un tiempo y volverá", mencionaron otros. Pero el tiempo pasaba y pasaba y nada se sabía de él. Fueron hasta su departamento, y lo encontraron vacío. Llamaron a su móvil en innumerables ocasiones, pero solo se escuchaba la voz de una grabadora diciendo que el número se encontraba fuera del área de servicio.

Fue como si la tierra se lo hubiera tragado de un día para otro.

Muchos dijeron lamentar lo ocurrido, pero se olvidaron del tema rápidamente. Otros tantos lloraron y se culparon a si mismos por no haberle escuchado. Se culpaban como si la vida se les fuera en ello, como si de esa forma pudieran compensar todo lo que había ocurrido. Pero en el fondo, nadie sabía que pasó. A los 5 meses, le dieron por muerto y se acostumbraron a no verle más, olvidándolo de su memoria casi tan rápido como llegó. O incluso a mayor velocidad.

Habían pasado casi dos años, cuando una de aquellas amistades, pareció ver una silueta familiar, pero enseguida hizo caso omiso. Los muertos nunca se han levantado. Más allá de aquello, nadie lo volvió a ver.

Pero sobre él, intentó en muchas ocasiones decirle a quienes pensaba eran sus amigos, que haría un viaje para encontrarse a si mismo. Nadie le escuchó. Cuando volvió a la ciudad y se dio cuenta de que a penas se habían acordado de él, decidió hacer lo que en un principio había decido.

Aquel día, se fue.

Historias

Eran como dos niños que jugaban al amor.

Desde el momento en que sus miradas se cruzaron, sus corazones se enamoraron.
Con bellas palabras que reflejaban la profundidad de su sentir.
Abrazos largos y apretados, que en palabras, bien podrían significar "no te alejes de mi lado".

Llegó el momento en que el sentimiento aumentó, y los abrazos ya no eran suficientes.
Los besos empezaron como la afinación de una orquesta.
Tímidos. Lentos. Torpes.
Una experiencia que ninguno recordó haber vivido antes.

Un sinnúmero de momentos construidos juntos.
Una eternidad de sueños que compartieron y buscaron concretar.
Cambiaron el paradigma de sus pasados para buscar la unión,
en una mutua compañía que deseaban, llegase a perdurar

Mas como todo juego, llegó a su fin.
En un instante, un mero pestañear.
Las cosas cambiaron como ninguno hubiera podido imaginar,
e hicieron que fuera más fuerte el dolor que el amor al juntos estar.


[Cosas que iban a empezar como un regalo... y que terminan como un desahogo más...]

Final

Imagen obtenida de aquí
Has luchado toda tu vida y aún te falta muchos años más. Se te pone el camino cuesta arriba una y otra vez, para luego alcanzar un periodo de estabilidad, incluso felicidad. ¿Porqué desfalleces ante una que otra piedra en el camino? ¿Porqué te dejas vencer por un minuto de dificultades? Eres fuerte. Mucho más de lo que piensas. Mucho más de lo que eres capaz de dimensionar. Pero nunca mostrarás esa fuerza con tu actitud actual. ¿Desfallecer? ¿Acobardarte? ¿Rendirte? Creí que no conocías esas palabras. Creí que podías pasar, una vez más, fácilmente por todo esto. Creí que sabrías enfrentar estas situaciones y no echarte a morir. ¿Es que acaso aún no creces? ¿es que acaso sigues siendo el mismo niño de pecho que eras hace tantos años atrás? ¡Crece! ¡Conviértete en el el hombre que estás destinado a ser! Puedes llorar, puedes estar triste, pero no tienes permitido rendirte, no tienes permitido tirar la toalla. ¡Nunca!

El aludido le miró directamente a los ojos y mantuvo la mirada unos segundos. Se volvió para ver el entorno que le rodeaba y sin más, una lágrima resbaló por su mejilla.

-Alguna vez -comenzó a decir- pensé en rendirme, en arrojar la toalla, en un "no más". Estaba cansado. Tenía miedo. Aún hoy lo tengo y sé que nunca se irá. El miedo está siempre, en distintas formas. Pero en un momento comprendí. ¿Cansado de qué?, me pregunté. ¿De vivir? ¿de disfrutar? No, nunca estuve cansado. Solo buscaba excusas para no hacer lo que sabía que tenía que hacer. Quería rendirme sin intentar nada. Sin siquiera esforzarme. Tengo que seguir creciendo, lo tengo claro. Tengo que seguir aprendiendo muchas cosas más y maravillándome de tantas otras. Y en ese proceso, mi alma y mi ser evolucionarán. Volví a cambiar. Y no será la última vez.

Las palabras siguieron resonando unos segundos antes de apagarse. Una sonrisa se esbozó, a un mismo tiempo, en ambos.

Al fin me haces sentir orgulloso de mi mismo.

Fue la última vez que lo volvió a ver.

Pasos

Hablaba de felicidad,
de vida y de muerte.

De la trascendencia del ser,
de la importancia de existir.

Exponía ideas sobre como llegar a los demás,
pero nunca logró tocar el corazón de nadie.

Era afecto y cariño, quizás excesivo,
para quienes su mundo formaban.

Era tristeza y ensimismamiento, en mayor medida,
cuando se encontraba en la soledad de su día a día.

Nunca se quejó.

Entendía el afán de la gente de sentirse querida.
No lo compartía.

Sabía que era fuerte, mas no de una manera tradicional.

Físicamente dejaba mucho que desear,
con su cuerpo desvaído.

Y aún así poseía una fuerza que pocos tenían.

Podía ver los caminos que a su vista se mostraban.
Los conocía bien.

La continuación de aquellos que ya había recorrido;
O los senderos por los que nunca había pasado.

Se tomó su tiempo.
Como siempre que decidía que hacer

Los miró uno a uno, como tanteándolos.
Buscando lo bueno y lo malo en cada uno de ellos.

No es que las cosas hubieran mejorado con uno u otro.
La vida le había negado el poder de conocer su futuro.

Simplemente necesitaba sentirse bien con su propia elección.
Mal que mal, era su vida la que estaba en juego.

Cuando tomó su decisión, se dirigió cansinamente hacía su camino.
Lo observó largo rato, y pudo ver el sendero ya frecuentado.

Y vio las huellas que habían, por el, transitado.
Miró, también, el camino indemne de sus pasos.

Observó las vueltas que habían acontecido,
Advirtió las que todavía le faltaba por marchar.

Dio un suave y largo suspiro para sus adentros.
Agarro sus cosas.

Y echó a andar.

Deseo

Quiero abrazarte y decirte al oído cuanto he llegado a necesitarte, a desearte. Embriagarme en tu aroma. En tus besos y caricias alcanzar el éxtasis. Una mirada tuya y a susurros contenidos, lastimeros, sufridos y entrecortados entonar el capricho de un amor inesperado.


Con mis manos recorrer la tersura de tu piel y arrancar de tu garganta el sonido acompasado de una respiración pesada, de una voz queda; de unos labios que se niegan a silenciarse, de unas manos que se aferran a los inertes testigos de un placer efímero.


Ritmos acompasados de deseo profundo, de reconocimiento y de amor impertérrito. Almas complementadas en la pasión de un instante eterno, de unos gritos mudos, de unas caricias etéreas. En un ahora que vuelve a ser real. En un nosotros que nuevamente llega a su fin. En un entonces que de seguro volverá.

Definiciones

Era un que-se-yo que le producía un no-se-que. Esas eran las palabras precisas para el momento. Mientras la miradas se cruzaban y el cariño y el deseo los carcomía.
Un profundo que-se-yo que los hacía perder la noción del tiempo y del mundo que los rodeaba. Un no-se-que que les llenaba el rostro de sonrisas infantiles y soñadoras.
Un que-se-yo y un no-se-que, que juntos, solo podían traducirse como amor.

Felices Noventa y dos

¿Cuanto tiempo ha pasado?
Hace dos días era una fecha importante. 

Había una fuerza en aquel cuerpo desfallecido que era increíble. No podría haber dicho que era. ¿Terquedad, acaso? ¿Deseo de vivir? ¿o aquellas últimas palabras que no pudiste pronunciar?

Tengo un sabor amargo de muchas cosas estos días. Aquella última visión. El recuerdo de una voz que no volverá, de unos abrazos firmes. De manos arrugadas que no podrán afirmar de nuevo el filtro del mate. De esos ojos observadores que más de una vez, mientras guardabas silencio, decían infinidad de cosas.

No es tristeza. No.

Simplemente la sensación de que me faltó hacer algo.

Al menos estoy feliz de que pudieras despedirte de la persona que más querías. Al menos de las que quedaban acá.

Maldita melancolía que me trae a la memoria infinidad de cosas.

Al menos sé que todo el dolor de este último tiempo acabo. Afortunadamente, hay recuerdos que no se olvidarán.

Y por cierto.

Felices noventa y dos.

Sueños de una flor


Había abierto los ojos.

El mundo que la rodeaba era extraño. Podía ver un tono azulado hacia arriba, con manchas blancas. A lo lejos podía ver un tono verdoso que lo inundaba todo. Habían motas a su alrededor. Muchas. Distantes. Que rompían la monotonía de un mar de tonalidades verdes. Sabía, con ese conocimiento que da el sentirse igual a otros, que algunas de esas motas eran como ella.

Podía sentir los sonidos que le rodeaban: del mar verde al moverse, o de aquellos extraños seres que a veces aparecían de él. De las sombras que llegaban del espacio azul, de los pequeños seres que zumbaban a su alrededor y del susurro, tímido a veces, de aquella sustancia que los rodeaba y la hacía mecer a su paso.

Pero lo que más le hacía feliz, era el calor que le rodeaba, y que sentía cada día. Sabía de donde venía. Podía sentirlo mientras la rodeaba, resguardandola entre sus cálidos e invisibles abrazos. Podía sentirlo mientras despertaba de sus largas horas de sueño, acariciándola con su calor, cual si fueran amantes. Le alegraba los días verlo, a pesar de la distancia. Se sentía enamorada. O quizás realmente lo estaba.

Estaba completa. No deseaba nada más que despertar de su sueño con el cálido abrazo de su amante, sentir la presencia de sus similares y los sonidos y sensaciones que inundaban su mundo. No le faltaba nada y tampoco deseaba nada.


Aquella noche llegó como cualquier otra. Ella cubriendo su delicado cuerpo antes de que el calor la dejara. El tránsito lento de su amante al dejar, cubierto de vergüenza, su mundo. A la espera de poder verlo al día siguiente una vez más. Al ennegrecer del mundo que ella conocía. Pero el nuevo día no fue igual.


Estaba despertando, pero sabía que había algo diferente. Miró hacía arriba, aún envuelta en la niebla del despertar.

Y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Estaba en otro lugar. Pequeño y blanco. Y con ello notó que el calor que el día anterior le había acompañado, se había ido. Comenzó a buscar con la mirada a su alrededor por su amante, pero no lo vio. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba? ¿Qué había sido de su amor?

En eso sintió que un dolor le recorría los pies. Un dolor constante. Y al observar a su alrededor, tampoco vio el mar verdoso ni las demás motas de colores que esperaba ver. Estaba rodeada de ellas, pero las sentía frías, recelosas, asustadas. Y nuevamente se asustó al sentir que su comida era menos sabrosa que el día anterior. «Es como si no tuviera ningún sabor», pensó. Pero comió igual. Debía alimentarse.

Aquel día se sorprendió del lugar, pero no para bien. Y añoraba aquel calor que no había. Al llegar la noche, el frío se hizo mayor. Pero notó que la oscuridad no la envolvía. Al contrario. Miró hacía arriba y lo vio. Pero se extrañó cuando lo observó en distintas partes al mismo tiempo.  «¿Qué pasa acá?», se preguntaba una y otra vez, sin hallar una respuesta. Intentó sentir el calor que venía con su presencia, pero no lo encontró. Decepcionada y triste, se durmió.

El día siguiente fue igual. Y el que seguía a ese.

Al décimo día, sabía que ya no lo volvería a ver. Sabía que las noches no serían oscuras ni que los sonidos, que las sensaciones que recordaba, no volverían a llegar. Los recuerdos le llegaban como si fueran sueños de alguien más. No podía creer que hubiera sido ella misma quien los hubiera vivido.

Se sentía vieja y débil. Pero por sobre todo se sentía fea. Había notado como todo aquello que le hacía ella se había ido cayendo y el mirar hacía abajo, solo le ayudaba a sentirse peor. La herida que tenía a sus pies no había dejado de doler, a pesar del tiempo transcurrido. Y la comida no le había ayudado a fortalecerse. Era insípida y menos nutritiva. E incluso le había ayudado a enfermar.

De sus compañeras, había visto como se llevaban a una y otra durante aquellos días. De las que había visto, aquel día en que las cosas cambiaron, quedaban tres. Y sin incluirse a ella misma. Las demás eran nuevas. Todas llegaban igual como había llegado ella, con miedos e inseguridades.

Ese día, cuando aquel ser gigante se acercó a ella, supo que había llegado su turno. Lo esperaba. En su interior, algo le decía que no podría durar mucho tiempo más. Se preguntó que ocurriría a continuación.


Y cuando la persona la tomó entre sus manos, y la reemplazó por una nueva, aceptó su destino. Vio como el mundo se transformaba de un lugar cerrado y blanco, a uno gigante y azul. Pudo sentir la caricia de una sustancia invisible que había olvidado. Pudo observar como el mar verde se mecía suavemente. Pudo notar como las motas coloreadas inundaban ese mar, sin llegar nunca a ocultarlo. Pudo palpar como el calor la rodeaba y al ver, miró a su amante a la distancia. Y fue feliz una vez más. Sabía que sería la última vez que lo vería. Sabía que no podría volver a disfrutar de toda la belleza de su juventud, pero no le importó. Una lágrima rodó de ella, al darse cuenta que todos aquellos ensueños que le rodearon durante ese último tiempo, habían sido vestigios de un pasado hermoso, de un pasado que añoraba.

Se sintió alzar con fuerza, y vio el mundo girar a su alrededor.

Se sintió caer, y hundirse en aquel mar de verde color.

Y una juventud, que no recordaba, le inundó nuevamente ante la perspectiva de que aquel sería el lugar de su descanso.

Y se cubrió una vez más, para dejar el mundo que había conocido, en el sueño de una noche, a la luz del día, de la que no volvería a despertar.

Caminos Previstos

El sonido corto de un mensaje.

Luego otro.

Y otro más.

Unos ojos que intentaban ocultar la tristeza de un futuro conocido, mas no deseado.

Un cruce de miradas. Cómplice. Lánguido. Inseguro. Y una cabeza que gira para ocultar el dolor de lo que ha de ocurrir. Una cabeza que llora en silencio por lo que ha de hacer.

Las sombras danzan bajo el alero de los sueños no iniciados, de las esperanzas rotas, de los futuros inconclusos. De fondo resuenan los tormentos, pensamientos fugaces, estadios de conciencia que ninguno quiso nunca admitir.

Y llega la hora prometida.

En aquella atmósfera cargada de indolencias, de gente apresurada, de instantes superfluos; ellos se abrazan, se observan, lloran y se desviven en un beso. Un último beso. Una promesa rota en el fragor de la pasión. Una pasión que los atemoriza y los ensalza. Una pasión que destrozó murallas. Que erigió emociones, confianzas y pesares.

Y había llegado la hora de bajar el telón.

Con una mirada, tan solo una mirada.

Constante desde que se separaron.

Aquella que decía "Adiós".


Dedicado a Carito. Gracias por la confianza <3

Un día del ayer

El reloj indicaba, con sus punteros fosforescentes sobre un fondo negro, que eran ya las siete y cuarto de la tarde. No había pasado mucho tiempo, tan solo quince minutos, pero habían sido la espera más larga que le había tocado vivir. El ansia le carcomía al mismo tiempo que los nervios le decían que no debería estar ahí.

Habían sido unos últimos días de locos. Dos últimos días, para ser más exactos. Toda una montaña rusa de emociones, pasando de la felicidad más extrema a la tristeza más profunda. Rabia, soledad, ansiedad, nervio, vergüenza y más.

Hace dos días que podría haber ocurrido todo, pero las cosas no salieron como esperaba y a punto estuvo de que ese mismo día terminara. Pero por cosas del destino, decidió retractarse. Solo bastó una llamada que no ocurrió en el momento oportuno para que todo hubiera dado un giro imprevisto. Y de la misma manera, un mensaje, enviado a última hora ese día, fue suficiente como para que su animo cambiara.

No sabía nada de ella. No había habido respuesta y tampoco la esperaba. Sabía que ella no podría llamar ni responder al mensaje de manera alguna, pero no importaba. Era un asunto de orgullo, de deseo, de simplemente jugársela. Quizás las cosas nuevamente no saldrían bien, pero al menos quedaría con el gusto de que lo había intentado.

Ese día había sido exageradamente corto, quizás acentuado por una espera interminable, pero los últimos quince minutos, una vez se hubo bajado del tren subterráneo, sin lugar a dudas habían sido los peores. Una parte de él quería salir corriendo, escabullirse lo más lejos posible de allí; pero aquella que le hizo mandar aquel mensaje —«El jueves te paso a buscar a las 19hrs.»—, le hacía mantenerse ahí. Sabía que era la última oportunidad. Al menos la última de parte de él.

Tomó el celular, y buscó entre los contactos hasta encontrar su nombre. Levantó el brazo nuevamente para confirmar, por enésima vez que eran las siete y cuarto de la tarde. Su corazón latía fuerte y temía que no le saliera la voz. Al comenzar a llamar, los tonos que no acaban nunca le estaban crispando los nervios. Quería cortar. Quería irse.

Pero a pesar de todo aguantó.

Cuando escucho la voz de ella al otro lado del celular, una parte de él se relajo. Comenzó a caminar en dirección a ella, mientras hablaban y aceleró el paso una vez cortaron. Quizás haya sido por los nervios o por el desconocimiento de aquellas calles abarrotadas de gente apresurada por llegar a algún lugar, posiblemente algún centro comercial; incluso por las pocas señas que ambos se dieron al llamar, pero el camino que había tomado era el equivocado, y tras un rato más de espera y una nueva llamada, se dirigió aún más rápido a donde estaba ella.


Mientras hacía aquel recorrido, no dejaba de pensar cuanto deseaba irse, y cuando deseaba verla. Había sido un simple capricho el que le había acercado a ella, hacía ya casi un año. Una sugerencia por internet, un mensaje sin intención, una respuesta no esperada. Todo se había juntado en esos momentos para conocer a alguien que, de cualquier otra forma, jamás habría aparecido en su vida.


«La casualidad no existe». Se repetía una y otra vez como si intentara convencerse de algo.

«La casualidad no existe». Se decía a cada paso que daba entre la multitud de gente que le separaba de ella.

«La casualidad no existe». Se decía cada vez que recordaba como se había dado todo. Como se habían conocido. Como no se habían podido ver hacía dos días atrás. Como decidió que ese día, él tenía que estar ahí.

Vio los letreros de las calles y el local que ella le había mencionado. "Farmacias...", rezaba el nombre de la tienda. Por un momento un asomo de un pensamiento —«No es un buen lugar para...»— se le cruzó por la cabeza, pero se vio interrumpido en cuanto la observó.

La había visto por fotos en varias ocasiones, pero aún así dudó. Se acercó lentamente y su corazón se aceleró al nivel del nerviosismo, en cuanto ella le confirmó que era quien estaba buscando con un gesto de cabeza, lento, tímido, corto.

Le observó los ojos, unos ojos profundos, inteligentes, tímidos, melancólicos; y tan solo eso bastó para que perdiera la cabeza en aquel lugar.

Le dio un beso en la mejilla, y la abrazó fuertemente mientras que en su cabeza, los pensamientos otrora tranquilos, ordenados y calmados, se elevaban como parvada y perdía el sentido de ubicación. En ese momento solo había una cosa en el mundo. Ella.

Notaba su corazón acelerado, y lo siguió notando durante todo el tiempo que estuvo a su lado. Mientras la tomaba de la mano y la llevaba a caminar y a comer. Mientras esperaban aquellas empanadas. Mientras se reían y coincidían en frases y pensamientos. Mientras se regresaban a sus hogares. Mientras se abrazaban como nunca antes había sentido necesidad de hacerlo. Mientras deseaba que solo él pudiera perderse en la inmensidad de aquella mirada que amó en cuanto la observó.

Aquel día olvidó todas sus promesas, sus palabras, sus temores y sus resguardos.

Porque desde aquel día, se había comenzado a enamorar.

Dime

Dime como pasó, que de un día para otro las estrellas comenzaron a brillar de manera distinta, más brillantes y más vivas. Como sucedió que todas las noches eran de luna llena, y una silueta hermosa se contrastaba con su luz.

Dime que fue lo que aconteció, que fue lo que transformó el mundo en que solía habitar. ¿Es que acaso el transcurrir del tiempo cambió? ¿O la naturaleza en si misma mutó? ¿En que instante el canto de las aves se volvió vida? ¿En que momento el mar se convirtió en suspiros y sueños? ¿O las flores en sabores? ¿O los colores en placeres?

Dime que fue lo que acaeció, aquel día en que tu silueta en mi mirar se perfiló. Aquel día en que tus brazos se volvieron el cálido hogar que ahora son, que tus manos se transformaron en promesas e ilusiones, en que tus ojos convirtieron pesares en alegrías, en que tu sonrisa transformó sueños olvidados en una soñadora realidad.

Dime como sucedió que el tiempo se convirtió en serpiente y vuelta tras vuelta se enrolló. En que solo pude medir la vida en corazones, en alegrías, en sonrisas. En caricias, abrazos y compañías.

Dime como todo esto ocurrió, como fue que la realidad superó, con creces, a la ficción.

Y olvida para siempre que la eternidad es un sueño, el más utópico de todos. Y olvida para siempre que la felicidad es un pasajero fugaz, perdido entre personajes psicodélicos. Y olvida para siempre que todas las historias tienen final, porque hay finales que jamás se terminan de redactar....

Vehemencia

Siempre había estado orgulloso de su mente.
De aquella que le permitía aprender y aprehender de manera rápida.
De aceptar los cambios.
De pensar con vehemencia.

Pero claro, cuando llegaban los días de oscuridad, también era aquello que más odiaba.

Pensaba en volarse o curarse.
Incluso pensó en drogarse.
Intentaba en maneras de desviar su atención mental.

Lo último nunca funcionó.
Lo segundo no pasó de un pensamiento.
Lo primero jamás lo intentó.

Prefería sufrir en silencio y hundirse en el dolor.
Prefería eso a sentir que huía de los problemas.

Y al final lo único que quedaba era la tortura de una mente que trabajaba sin descanso.
Y que había aprendido a pensar con vehemencia.

Cambios Esenciales

La mirada estaba fija al frente.

Las palabras, sonidos y ruidos, llegaban a sus oídos, pero daba la impresión de no escucharlas.

"Ensimismado" habría comentado cualquier persona que lo hubiera visto.


Miraba, sí. Pero tenía la sensación de no estar viendo nada. Sus sentidos estaban totalmente apuntados a si mismo, a su mente, a su cuerpo, a todo él, pero a nada en particular.

Podía sentir el viento en su cuerpo, como algo distante. Podía sentir los olores de aquel lugar, como una ligera insinuación. Lo único que sabía que no podía controlar, ni siquiera ligeramente, era su vista. No es que no estuviera viendo nada. Pero era de manera extraña.

Sentado en aquel parque, a piernas cruzadas, espalda recta y brazos apoyados en las rodillas, no podía ver lo que ocurría al frente suyo, a pesar de poder sentir el pasto, el viento, los olores o los sonidos. Lo que sí podía ver, era a si mismo sentado en el pasto. Casi como si estuviera viéndose frente a frente.

Cuando decidió ver a su alrededor, vislumbró el mundo de manera distinta, como si la realidad fuera aún más real. Había algo distinto. Sabía que él era parte de esa diferencia. También sabía que no era aquello lo que la hacía ver distinta.

No sabía cuanto tiempo llevaba así (era difícil saberlo, cuando tú atención se preocupa de entender lo que te rodea...), pero no era algo que le preocupara. Tampoco sabía como hacerlo para volver a aquel envoltorio que usualmente llamaba cuerpo.

Decidió regresar.


El mundo volvió a verse normal.

Sentía el cuerpo algo adormilado, es cierto, pero había una ligera sensación de satisfacción en él.

Tampoco era lo único que había cambiado.