Fluidez

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Habían pasado días, luego semanas y posteriormente meses.

La creatividad lo inundaba, sin lugar a dudas, a toda hora, en todo momento. Desde altas horas de la mañana. Hasta largas horas en la noche. Veía historias donde fuera que dirigiera su mirada. En sus paseos diurnos. En sus citas. En sus paseos nocturnos. En el brillo de la luna, de las estrellas, de las luces de la ciudad. Todo resultaba en cuentos e historias. En un sinnúmero de sentidos y sentires.

Pero se hallaba en su límite. Las palabras lo rehuían. Constantemente. Todo se transformaba en una bola que iba a parar al basurero. Servilletas, hojas de cuadernos, archivos en su computador. Una palabra tras otra desechadas, desterradas del mundo de las ideas, del plasmado final. Porque todo parecía poco, mínimo, sin sentido, carente de profundidad. De aquella profundidad necesaria para plasmar todos los colores que sus pensamientos veían. ¿O acaso había perdido aquella habilidad?

Todo estaba ahí. Salvo el momento. Pero tenía que llegar, ¿no? Aquel en que las palabras por fin fueran capaces de fluir desde una mente inquieta, hasta sus manos, que hacían el esfuerzo de seguir aquel ritmo incontrolable una vez que se desataba. Las mismas que se mostraban cautas en transcribir sus pensamientos cuando presentían trabas. Las mismas que no paraban de moverse, línea a línea, palabra a palabra, llenando hojas de ideas, visiones y desahogos. Aquellas que se encontraban entumidas en el paso de un tiempo que las había tornado solo en espectadoras ociosas.

Pero ese momento llegó.

¡Vaya si llegó!

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