II: Réquiem de un Adiós

Continuación de "I - El bar de los recuerdos" (que pueden ver aquí)
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Había sido inconsciente, ¿no?

Al menos, no recuerdo haber decidido tomar este camino. No, desde hace casi veinte años.

¿Será solo por estar terminando este mes o será, acaso, por ver a la gente feliz aprovechando las festividades? No lo sé.

Pero ahí estoy yo, caminando pausadamente, dirigiéndome sin ningún rumbo fijo, hacía aquellos lugares significativos de mi pasado, a esos momentos de mi memoria que marcaron un antes y un después a mi modo de actuar, de ser, de pensar.

Cada paso resuena interminablemente en mi cabeza, trayendo al presente, un pasado ya perdido en las nieblas del ayer, donde todas esas actitudes, personas, lugares; no son más que un vago recuerdo de todo lo que alguna vez viví.

Podría decir que aprendí y crecí. Quizás sea cierto. Y quizás el venir acá, tras tantos años, sea una manera de mi subconsciente de decir "fin".

¿Cuánto me tomó el superarlo? ¿El asumir que ya nada de lo que hubo, de lo prometido, de lo que realmente se demostró, fue real? ¿O mejor dicho, cierto?

Ahora, cuando pienso en ese entonces, siento que ese fue el antes y después de mi verdadera madurez, de aquel instante en que dejas de ver y sentir como niño o adolescente y pasas a valorar las cosas, a pensar y sentir como un adulto. O bien, puede que eso no exista en realidad y simplemente deseche una parte que para ese entonces, solo resultaba en un remanente antinatural de mi mismo.

* * * * * *

Me resulta inevitable volver a sentarme en el mismo taburete y volver a pedir la misma copa que hace años. ¿Diez?, ¿Quince? No lo logro precisar.

El barman ya no es el mismo que en aquel entonces. Aquel que me vio en mis peores momentos. Aquel amigo jamás nombrado ni agradecido que me brindó sus tragos y horas para saciar mis penas. Una parte de mi lo rememora con afecto, pero prefiero no saber que fue de él. Algo me dice que ya no sigue acá.

Incluso los rostros de la clientela son distintos. Los años no pasan en vano.

* * * * * *

Siento el móvil vibrar, y sin ver quien llama, contesto.

—¿Te falta mucho para llegar, papá? —me pregunta una voz infantil que reconozco de inmediato. Mi hija.

—No cariño, en unos veinte minutos estoy ahí.

—¡Ya! —exclama entusiasmada— Te amo papi.

Y corta sin esperar respuesta. Mis ojos se quedan mirando el equipo unos momentos, pensando en si habría tenido una niña tan hermosa si las cosas hubieran sido como en aquellos años, pero desecho esa idea y guardo el móvil.

Enderezo el cuerpo de la baranda, en donde estaba apoyado, y miro a lo lejos, en dirección al mar, casi sin ver el agua turbia que circula bajo mis pies, en el cause de aquel ancho río. Recuerdo un enojo, un impulso y un brazo que se mueve. "Era lo que tenía que pasar, eras quien tenía que hacerme madurar", alcanzo a pensar antes de empezar a recorrer el camino de vuelta a casa. Había quién me esperaba con ansias, y no podía hacerla defraudar.


(Fuente imagen: aquí)

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