Procesos

¿Recuerdas el sonido de tu voz? ¿Recuerdas tus sueños de niñez? Tu mirada ya no es la misma que fue. Unos ojos inocentes que miraban el futuro con optimismo y felicidad. ¿Acaso eso ya no existe en ti? ¿Acaso todas tus metas desaparecieron de un momento a otro?


¡Tú jamás lo entenderás!

Un perro comienza a ladrar a lo lejos, de manera cansina, como si el mero hecho de ladrar lo realizara unicamente por deber, como si fuese esa la hora en que ha de cumplir con su tarea.

Palabras vacuas. Creo que sabes, incluso mejor que yo, que nadie puede entender completamente a otra persona... Necesitaría muchas vidas para acercarme a ello, e incluso así, habrán cosas que jamás conoceré. Pero no es eso a lo que iba. ¡Lo tienes todo!, y aún así, pareces alguien más y más vacío con el avanzar de los días.


¡Exageras! ¿Qué te lleva a pensar eso? ¿No estás exacervando todo?

¿Disfrutas ser tú? —preguntó ignorando las preguntas anteriores, con un rostro lleno de ensoñación.

Un silencio incómodo se posó sobre ambos. Uno centrado en sus pensamientos. El otro, sin saber que decir.

¿Sabes? A veces me gustaría ser como las aves —continuó, al cabo de unos segundos, como si la respuesta a la pregunta que había formulado fuera totalmente innecesaria—, para poder volar, para poder recorrer el mundo sin ayuda más que la mía propia, para vivir sin ninguna preocupación, salvo la de vivir... pero luego me pregunto... ¿realmente es así? O sea... ¿realmente las aves están despreocupadas de su existir?, ¿nunca se cuestionan el porqué les tocó ser lo que son?, ¿acaso ninguna desea ser un perro, por ejemplo, o un gato, o algún otro ser? ¿o es que todas disfrutan de ser aves y volar de un lado a otro?

Me parece que estas realmente loco. O que, al menos, estás hilando demasiado fino... la incomodidad se podía palpar en su rostro, y le era difícil ocultar la pregunta que se veía en el: ¿a donde quiere llegar?

Jajajaja, es probable...tanto la una como la otra... algunos dicen que todos estamos locos, en mayor o menor medida. Aunque la verdad, no me preocupa —comenzó a caminar hacia uno de los ventanales y lo abrió, mirando hacia la noche estrellada—. ¿Tienes miedos? —le interrogó, cambiando de tema drásticamente.

Una mirada extrañada se posó en él, aun cuando no dejaba de mirar hacia afuera.

Claro respondió con cautela... no más que los de...

¡No!, me refiero a verdadero miedo, no temores superfluos. Me refiero a aquellos miedos en que los hechos te producen una angustia tan grande como si te estuvieran torturando... lentamente... —un suave dejo en su voz, casi imperceptible, indicaba que ese comentario incluía dolorosos recuerdos; tono de voz que podría haber sido indetectable en otra instancia— ¿Has sentido algo así? —preguntó al tiempo que se giraba para verle a la cara directamente.

Una mirada, nuevamente. Un pensamiento que se podía interpretar como "claro que tengo miedos... no soy ninguna maldita máquina", cruzó por su rostro.

*   *   *   *   *

El paisaje de la carretera era monótono. Pero no era algo que le preocupara.

No había nada más que el vehículo en que iba él con su esposa, al menos hasta donde alcanzaba la vista. Se habían casado hacía un par de días. Cuando giró la cabeza para mirarla, ella le estaba observando y le regaló una suave sonrisa cargada de un amor profundo. Estaba realmente hermosa. La conocía hacía más de diez años, pero le parecía que nunca la había visto tan preciosa como en aquel momento. En ese instante se sintió el hombre más afortunado del mundo.

—Deberías mirar al frente, cariño —le dijo su esposa, con una voz cálida, que irradiaba sensualidad.

—Lo sé, amor, pero a veces prefiero recrear la vista con la maravillosa mujer con la que me casé —le contestó coquétamente, al tiempo que observaba al frente nuevamente.

Ella le contestó, y rieron con la situación.

Fue la última vez que escuchó su risa.

Veinte minutos después, un vehículo se salió de su pista y se estrelló de frente con ellos. Su mujer sacó la peor parte. Murió en sus brazos, con la impotencia de no poder hacer nada por ella.

El sentimiento de culpa, lo embargó. Aún cuando sabía que no había mucho que pudiera haber hecho.

*   *   *   *   *

¿Recuerdas nuestra última conversación?

El sonido de la voz rompió con el silencio y la tranquilidad del lugar. Se podía ver la silueta de una persona inclinada frente a una tumba, respetuosa y expectante a lo que viniera a continuación.

Sí... ya veo que lo recuerdas —dijo, con un tono que daba la impresión de recordar buenos y viejos tiempos. Tras una pausa, continuó—, pareciera que han transcurrido muchos años de aquello cuando en verdad ha sido tan solo uno. No dejas de recordarla, ¿no? Debe ser doloroso estar en tus zapatos. Traer cada día a la memoria los hechos de aquel día y no poder cambiar el pasado, ni un ápice.

Un puño se apretó con fuerza, impotente ante el sonido de las palabras que fluían. El día estaba tocando a su fin, y un cielo que variaba del naranjo hasta el negro de la noche amenazaba con ocultarlos. Algunos faroles parpadeaban, como si quisieran luchar contra una oscuridad que les ganaba, a medias, su larga batalla. Una que estaban destinados a perder.

¿Por qué no puedes dejarme tranquilo? murmuró al tiempo en que se ponía de pie. Se podía sentir como contenía la rabia en su voz.

Porque sé que, en el fondo, no es lo que deseas. Tu misma alma reclama en contra de esa supuesta tranquilidad que me pides. En el anhelo de una inestabilidad contenida. No deseas la tranquilidad que el día a día te ha dado en este largo año. La detestas con tanto ahínco que en la mera pronunciación de esa frase, no se escucha ni un gramo de la pasión que siempre te ha distinguido del resto. Pero para poder lograr ese paso que deseas, y necesitas, debes hacer justo aquello a lo que más le temes...


¿Por qué nunca... puedes callarte? —un hilo de emociones contenidas se destacó en una frase pronunciada lenta, pero remarcadamente.

Sabes tan bien como yo que la parte más fácil, es la de callarme, pero nuevamente, no estoy acá porque sea las palabras que pronuncias lo que buscas. En el fondo, necesitas que te diga esa gran verdad que conoces y no quieres asumir: "Déjala ir, tu no fuiste el responsable de lo que ocurrió. No te castigues más." —sentenció.

El silencio del atardecer solo era interrumpido por el sonido de algún vehículo lejano, por el ruido de una hoja al caer, por el aleteo de alguno que otro pájaro, o incluso por el sonido que un par de lágrimas hicieron al chocar contra el suelo.

*   *   *   *   *

El día era oscuro. La lluvia azotaba con fuerza, a pesar de que esta ya caía por una semana consecutiva, sin apenas descanso. Era de esos días que expresan melancolía hasta la médula. Donde el transcurso del día no es capaz de quitar esa sensación de tristeza circundante. Como si la ciudad entera llorara por algún extraño motivo y no le fuese posible superar el dolor que aquello le producía, embargando a todo cuando rodeaba de un halo de profundo pesar.

Los pocos vehículos que transitaban lo hacían lento y casi sin emitir ruido, como tímidos pasajeros que esperan pasar desapercibido en su andar. Y ellos representaban practicamente la totalidad de la vida de aquel día en la ciudad. Almas solitarias circulaban, a paso apurado y cubriéndose lo más que les era posible, de cuando en vez. Pero la manera de andar, y los rostros cubiertos, señalaban que su transito bajo aquel diluvio, no era por gusto.

Y bajo una capucha, un rostro avejentado, un poco por los años y otro poco por las penurias, buscaba el camino a un café del sector. Un rostro fijo en el frente y una mirada vibrante, eran lo unico que destacaba. ¿Alegría? ¿Pesar? Era dificil de determinar. Quizás, solo podría denominarse como "experiencia".

La puerta del local se abrió, y los ojos buscaron un rostro familiar, al tiempo que las capas de ropa protectora iban saliendo. Fue ahí cuando el rostro se iluminó.

Me alegra saber que lo lograste. Aunque tiempo te tomó. Vive. Disfruta. Sé feliz —fue lo último que escuchó, antes de alcanzar a la muchacha que le esperaba. Y lo haría. Claro que lo haría.

Leave a Reply